Educación, el arma contra la ignorancia.
Podemos educar para el amor en vez de para el odio y en la base de todo ello hay una concepción de la vida. Fomentamos la competición sin saber qué es el origen de gran parte de los males que padecemos. La fomentamos en la familia, en el colegio y en el trabajo... Continuamente, constantemente, indiscriminadamente...
Cuando competimos uno gana y el resto pierde. Pero claro, para poder infundir la semilla de la competición en un niño, primero tenemos que hacerle creer que ganar es lo más importante del mundo y que el ganador siempre es más que los demás... Expectativas, todas ellas, irreales, sobre valoradas y parciales.
Claro, el ganador, ya sea el mejor del mundo, del país o del barrio, es alguien reconocido al que no se le puede ni toser ya que tiene en su poder un distintivo que puede justificar su altanería, cubre su necesidad de reconocimiento y refuerza -aparentemente- su autoestima convirtiéndola en egolatría.
Pero para entender como la competición genera violencia nos falta contemplar un elemento clave: a los perdedores. Sí, uno gana y el resto pierden.
El que pierde es un perdedor, un maldito perdedor, un auto señalado por la decepción de quien no ha cumplido unas aspiraciones sobre valoradas. El perdedor se frustra ante lo que no le queda nada más que enfadarse o resentirse. ¡Tanto esfuerzo para nada! ¡Tanto luchar para perder! Incluso puede ser peor, sí, imagínate por un momento a aquellos perdedores que ni tan solo tienen la opción de optar por la victoria. Aquellos perdedores que ven que todo el mundo vive de maravilla con sus grandes autos, sus grandes casas, sus smartphones, sus tablets, sus vacaciones exóticas, sus bolsos exclusivos, sus opíparas cenas o sus parejas bandera...
Imagínatelos por un momento. Personas de segunda, personas que no pueden acceder a la gran vida, personas que alimentan el odio hacia los ganadores o hacia los aparentemente ganadores. Ellos sufriendo tanto y los ganadores tan contentos vanagloriándose de sus trofeos, vacuos, comprados, robados, corrompidos o conseguidos gracias a estrategias perversas.
Ya tenemos a los divinos y a los frustrados. A los ganadores y a los resentidos. A los felices y a los iracundos... Pero esto, queridos lectores, no pasa solo entre oriente y occidente, ni entre el norte y el sur, no... Esto pasa en todos y cada uno de los colegios que premian al primero de la clase y castigan a los últimos de la clase, cuando en realidad los últimos no es que sean tontos, simplemente es que no tienen a nadie que les ayude a hacer los deberes, o ni tan solo tienen una habitación donde hacer las tareas pendientes, o tienen unas grandes capacidades artísticas, pero penalizan en temas más académicos o simplemente tienen un problema de visión sin corregir.
La educación fue, es y siempre será la mejor arma contra la ignorancia, por eso debemos de fomentarla, como padres, hijos, hermanos, amigos y compañeros, para que así cada vez aumente el número de personas correctas, que hagan un cambio y que con su aporte, muevan al mundo.